UN POCO DE HISTÓRIA:
En el siglo I el filósofo griego Arateus el Capadocio se refirió a esta enfermedad por primera vez con este nombre, aludiendo al ‘paso’ de orina de la poliuria (eliminación de grandes cantidades de orina) provocada por la diabetes.
En los siglos posteriores no se encuentra en los escritos médicos referencias a esta enfermedad, hasta que en el siglo XI, el médico y filósofo uzbeko Avicena (980-1037) habla con clara precisión de esta enfermedad en su famoso Canon de la medicina.
Después de un largo intervalo fue Thomas Willis quien, en 1679, hizo una descripción de la diabetes magistral para la época, quedando desde entonces reconocida por su sintomatología como entidad clínica. Fue él quien, refiriéndose al sabor dulce de la orina, le dio el nombre de diabetes mellitus (diabetes con sabor a miel), a pesar de que ese hecho ya había sido registrado cerca de mil años antes en la India, hacia el año 500.
En 1775 Dopson identificó la presencia de glucosa en la orina. Frank, en esa época también, clasificó la diabetes en dos tipos: diabetes mellitus (o diabetes vera), y diabetes insípida (porque esta última no presentaba la orina dulce).
La primera observación hecha a través de una autopsia en un diabético fue realizada por Cawley y publicada en la revista London Medical Journal en 1788. Casi en la misma época el inglés John Rollo, atribuyó la dolencia a una causa gástrica, y consiguió mejorías notables con una dieta rica en proteínas y grasas y limitada en hidratos de carbono.
Los primeros trabajos experimentales relacionados con el metabolismo de los glúcidos fueron realizados por Claude Bernard, quien descubrió, en 1848, el glucógeno hepático y provocó la aparición de glucosa en la orina excitando los centros bulbares. Ya en la mitad del siglo XIX, el gran clínico francés Bouchardat señaló la importancia de la obesidad y la vida sedentaria en el origen de la diabetes y trazó las normas para el tratamiento dietético, basándola en la restricción de los glúcidos y en el bajo valor calórico de la dieta. Los trabajos clínicos y anatómico-patológicos adquirieron gran importancia a fines del siglo XIX, en las manos de Frerichs, Cantani, Naunyn, Lanceraux, etc., culminando en experiencias de pancreatectomía en perros, realizadas por Mering y Mikowski en 1889.
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